jueves, 25 de noviembre de 2021

Verde Esperanza

El fin de semana pasado volvimos en familia al mar después de mucho tiempo. 

Allí fuimos con Oli, felices pies descalzos en la arena, a emprender una caminata por la playa con nuestras miradas fijas en la orilla.

Buscábamos, en plan vehemente requisa, nuestros tesoros favoritos costeros: pequeños trozos de vidrio limados por la acción del mar. Redondeados, suaves y translúcidos, se transformaron en nuestro objeto fetiche playero.

Por un largo rato, recorriendo una distancia enorme, estuvimos abstraídas en la antojada tarea de vislumbrar el reflejo verde brillante de cada pedacito de cristal que se cruzó en nuestro camino.

Un buen tiempo más tarde, volvimos con más de cien gemas y el corazón latiendo encantado.

Que siempre podamos ver lo bello en lo ordinario, que cualquier vidrio se vuelva piedra preciosa.

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