Hace unos días, charlábamos con mi hija mientras
preparábamos lo que llevaría para almorzar ese día a la escuela. Era esa sopa
china, suerte de ramen deshidratado, que se prepara en el vaso térmico en el
que viene, agregándole agua hirviendo y dejándola reposar. Llevaba entonces
también, además del dichoso vaso, el correspondiente termito con agua
hirviendo.
De repente me apareció la idea de que, posiblemente, el agua no
llegaría bien caliente al almuerzo, dado que faltaban casi 7 horas para que la
fuera a usar.
Me encontré diciéndole: Si el agua no estuviese caliente al
momento de la comida, pedí ayuda.
Andá a la sala de profesores. Ellos deben tener una pava eléctrica o un
expendedor de agua ahí, va a ser muy fácil reponerla. A quien sea que acudas,
va a estar encantado de ayudarte.
El paso de la niñez a la adolescencia, luego a la juventud y
finalmente a la adultez, es arduo. Parece que pasamos del aura de mamá y papá
resolviéndolo todo, a la autogestión más absoluta. Como náufragos en islas
desiertas, deambulamos para arreglárnosla solitos. Cuando era chica el "yo
no le pido nada a nadie" era bandera y todo. Algo de lo que se enorgullecían
nuestros padres. Qué lo parió.
Cuando tenía 22 años nos fuimos de viaje a Europa tres amigas.
Antonio, quien era el jefe de dos de nosotras en ese entonces, vivía a medias
entre Ámsterdam y Buenos Aires.
Este hombre nos llevaba 30 años, y era al mismo tiempo un par. Un
buscador incansable de ojos azules que había vivido mil vidas en una vida.
Ya en Holanda él nos presentó a su familia y nos compartió su
intimidad, él nos gestionó un piso donde alojarnos, él nos paseó y nos hizo
conocer su mundo, y de alguna manera también, EL mundo.
Cuando partimos de su ciudad para seguir recorriendo otras, nos
encontramos con varios desafíos interpelándonos en el camino.
Ante cada necesidad que nos iba surgiendo, una persona aparecía
como por suerte de magia y nos tendía su mano. Nos divertíamos pensando y
afirmando que eran enviados de nuestro amigo, una suerte de patrulla contratada
por él para asistirnos ante cualquier inclemencia. Los apodábamos "Los
Ángeles de Antonio".
Pasaron casi 23 años de ese viaje, y me vuelvo cada vez más
consciente de la importancia de pedir y recibir ayuda, fluida y alegremente.
Literalmente hay miles de manos alrededor dispuestas a ayudarnos, resultando en
un regalo para ambos.
Qué importante confiar en la magia de este
intercambio.
El ramen necesita agua caliente.
No te las arregles solito.
Hay ángeles por doquier.