jueves, 27 de octubre de 2011

“La 26”

Todos tenemos problemas dentales a cierta altura de la vida, no? Bueno, no sé. Yo al menos recientemente tuve uno grande. En la 26.

Habiéndose cumplido un año entero de mi última visita al dentista, me dispuse a sacar un nuevo turno porque… estaba con molestias. “Ya con dos coronas me alcanza”, pensé (y no reales justamente, bah, sí, muy reales, pero no de la realeza quiero decir). Así las cosas, entré en acción. Al llamar para pedir turno me informan que el Dr. que me venía atendiendo hasta el año pasado había entrado en licencia indeterminada (enhorabuena, reflexioné, destilaba simpatía pero nunca confié demasiado en sus habilidades con el torno). Y aquí me detengo para hacer pública un recomendación (muy personal): No confíes en un medico MUY simpático. Un médico tiene que ser, necesariamente, pocas pulgas, amable pero corto. Si compensa asertividad con simpatía, no te fíes. Para amigos tenés los tuyos.

Bueno, decía que mi último odontólogo destilaba buena onda, pero ya venía  sospechando yo que no estaba candidateado al premio Mérito Odontológico… (sí, existe, lo googlé). Bueno, en fin, el simpático de licencia, mi único acquaintance en el Centro Médico donde me atiendo por mi obra social y al que me queda comodísimo ir (además de que es a la vuelta del barrio chino, una yapa de lujo a la que no estaba dispuesta a renunciar).  Adicionalmente sólo ubicaba a una rubia mala onda que había fichado anteriormente, maltratando a un paciente. Descartadísima. Llamo, pido un turno con “no sé, decime vos, cualquiera menos la rubia”. “Ok, no hay problema” me dice la recepcionista (opa), muy obediente (se ve ubicó a la bruja de toque). Martes 18/10, Dra. María (omito apellidos, “lo que salva es la prudencia”, anoten). Agendado.

Llega el día, paso, me siento. “Contame qué te trae por acá”, me tira (a revelar fotos obviamente no vengo, no? un poco abierta la pregunta …). Le explico que tengo una muela que me está molestando, que sospecho que puedo tener una caries, bla, bla, bla. "A ver, vamos a mirar un poquito” (y sí). No termino de abrir la boca y sentencia: “Necesitás una limpieza urgente”(léase periodoncia, los dientes antes de ir obviamente me los lavé…). Gracias Mary, me voy con la autoestima mucho mejor. Me mira la muela, confirmándome la caries que sospechaba. “Es gigante”, me dice (todas pálidas con vos). Eso sí, lleva unos aros divinos, muy alegres (disonantes con su personalidad), parece que antes de venir para acá pasó por Plaza Serrano). “Bueno, vamos a hacer una plaquita a ver si es o no para conducto” (channnn). Acá, para los sanos dentales, léase “Tratamiento de Conducto”. Si no sabés lo que es sos muy afortunado, y ojalá nunca tengas que averiguarlo. Hay una escritora de autoayuda (sí, leo el género de vez en cuando, y qué?) que dice: “vos a tu dedo meñique no le das ni bola, ahora, si te lo corto, va a ser en lo único que vas a pensar “. OK, estoy dramatizando, es una muela, lo admito, pero un conducto es un conducto, eh? Y si no me creés después de que te hagas uno me contás.

“La plaquita”, aunque indolora, no es el edén tampoco. Te acercan un tubo metálico que forma parte del hermoso sillón en el que estas retozando (y no precisamente al sol) y te disparan los rayos con esa cosa espantosa que hace piiiiiiiiiii. Si estás un poco informado de lo buenos que son los rayos X para la salud, pensás “será esto necesario?” Impotente, sigo adelante. Revela “la plaquita”. “Mmmm… Lamento comunicarte que vas a conducto directo”. Aros le consulta a sus asistente (sí, asistente, viste que casi siempre con el dentista hay como una instrumentista circulando? son grosos los pibes): “Cómo se llama el Dr. Nuevo???” “Omar” le contesta la otra. “Ah, cierto, sí, Omar. Pedíte un turno con él”, me dice.

El nuevo en cuestión es el endodoncista (no todos hacen todo). “Él te va a hacer el conducto, después me ves a mí de nuevo y yo te hago la reconstrucción. Siempre y cuando Omar te pueda salvar la pieza (todo esto me suena a restos fósiles y pienso en el Museo de Ciencias Naturales del Parque Centenario). “Ya te aviso que la reconstrucción no te la cubre la obra social, y te sale $450.- (listo, y se supone que descorche champagne, porque si no me puede “salvar la pieza” voy a corona, que a esta altura debe superar la luquita cómodamente).  “Una cosa más”, agrega. “Hacéte una seriada” (léase 1 placa de cada pieza dental, dos mil rayos X, y a mí que me angustiaba una sola… me río de mi inocencia) “Así nos quedamos tranquilas de que está todo bien y no hay ninguna caries oculta (“todo bien” por fuera del conducto y la reconstrucción a los que ya estoy condenada, no?) “Listo! Quedamos así. Me hago el conducto y vuelvo! Gracias” (¿!)

Dia 2: El día D (ó “el de la 26” propiamente dicho)

Llega el día del conducto (todo llega). Viernes, sí, y no precisamente TGI Friday en este caso. Un viernes teñido por esta circunstancia particular. Igual todo bien, llego bastante relajada a la recepción del piso de Odontología con mi e-book  bajo el brazo:  Leo “El libro del Niño” de Osho, asi que estoy zen y todo está bien en mi mundo (me quedan 3 minutos). Igual un toque carburo (un tipo nuevo me va a hacer el conducto? nuevo acá o en la profesión? es mayor de edad?). Por suerte (¿) me llama enseguida.

Le pongo cara (yo a él no le pongo cara de nada por ahora, me refiero a que finalmente sé quién es). Mayor de edad claramente (mayor de 40 seguro). Nuevo en la profesión lo dudo (salvo que se le haya dado la vocación tardía). “Hola que tal como te va, poné tus cosas por acá, ponéte cómoda, sentáte (“cómoda es otra cosa”, diría Cabito). Si me querés hacer alguna pregunta sobre la pieza, o lo que quieras, te escucho” (dale con la pieza, qué te voy a preguntar???) “No, nada” le digo. “Tenés experiencias previas de conductos?”. “ Sí”, le digo. “Y que tal fueron?” “ Buenas”, respondo. (y era cierto, habían sido bastante buenas, hasta acá). “Bueno, te aclaro que esta va a ser diferente” (psicología te la llevaste seguro). Sigue: “ Es una pieza muyyy complicada. Nivel 4 de dificultad” (WTF???). La 26 es la peor de las piezas. Va a ser duro (pará Omar! pará de darme aliento!). Continúa (es increíble este tipo): “Vos me decís que tus experiencias anteriores fueron buenas… bueno, a algunos les tocan las piezas más fáciles, a mi me toca la 26, que vamos a hacer?” Lo miro con cara de desconcertada (ética y deontología profesional, no no?). Me pregunta “Tenes miedo?” a lo que en un arranque sin filtro (grandes momentos) le respondo “Me parece que el que tiene miedo sos vos!”. Me sonríe socarronamente al tiempo que responde “Miedo yo? Puede ser, puede ser... Me parece que leés la mente vos, eh?” (ah, bueeee). Le digo “Querés que lo dejemos para otro día? (porque realmente empiezo a pensar que el chabón no me quiere hacer el conducto, es como demasiado para él…) y me contesta “Como quieras, si vos querés lo dejamos para otro dia, no tengo problema yo” (a los botes, me devuelve la pelota) No Omar, la PQTP; yo a mi casa me voy con este fucking conducto hecho, tamo? (esto obvio no se lo digo). Asi que con mi mejor cara de vaca pastando le digo “No, hagámoslo, dale?” “Dále”. Ahora sí me siento la persona más corajuda del mundo, mientras que pienso “Si pasé un parto esto tiene que ser una boludez” (qué tiene que ver? dí a luz a mi hija! este tipo qué me va dar? una muestra de listerine?). Con mi incansable espíritu optimista le digo “Vamos a ponerle onda, todo es como uno se lo toma, no?”.  Seco, me contesta “No. Esto no es una cuestión de fe (palabra que nunca usé, perdón, me viste cara de religiosa?). Esto es medicina, hechos, y éste es un conducto complejo. Va a ser duro y no te puedo mentir. La primera vez que hice esta pieza, la 26, estuve 3 horas, 40 minutos (es un genio, este tipo es un genio). “Ok”, le digo, “Y cuanto estimás esta vez?” “40 minutos” me contesta (se ve que mejoró mucho con los años Omar…). Debe tener unos cuarentitantos. Alto, flaco, pelo ondulado, unas canitas entreveradas, ambo blanco, zapas negras de cuero con tiras de velcro . No sé por qué lo describo pero ayuda el physique du rol, no? Por cierto, feo de cara (por lo menos si hubiese estado bueno…). “Bueno”, me dice, ”Te voy a dar 2 anestesias, una arriba de la pieza y otra en el paladar” (te agradezco la explanation step by step, pero ahorráme los detalles please). Lo del pinchazo en el paladar no suena tentador. Sigue: “El Paso 1” (mira “Oso, Agente Especial”?) es sacarte el plomo que tenés en esa muela (un arreglo del 95´). “El plomo no se usa más”, me dice (los nevados tampoco Omar, a que viene el comentario?). “No te asustes si sentís y escuchás estallidos adentro de la boca, es el plomo que sale volando” (bue, ahora sí no me voy a sobresaltar, menos mal que me adelantás cada cosita). Se calza unas gafas acrílicas, tipo ski, pero transparentes (por las balas de plomo, me imagino). “Abri la boca y cerrá las ojos” (¿) (ah, claro, el plomo). Empieza a trabajar. Al rato “Abrí´”. “La boca ó los ojos?”, le pregunto. “La boca”, contesta. Parece que a falta de otro par de gafas, a mí me toca un recurso más básico: mis párpados (mejor, si él cierra los ojos estamos al horno). Paso 2: La horrible parte esa en que te meten una especia de tornillos delgaditos con los que te van ahuecando el hueso, meta que te escarba, te escarba, y no termina nunca. La mandíbula para ese entonces la tengo dibujada. El tiempo pasa, mucho tiempo, pierdo la noción. Paso 3: “La gomita verde”. ” Te acordás de los otros conductos, cuando te pusieron una goma verde?” (no Omar, a esta altura no me acuerdo ni mi nombre, y además ya te ocupaste de aclararme que esta vez iba a ser mucho peor, así que no sé porqué me traés el tema de los referentes again). Despliega un cuadrado de 20 x 20 cm de plástico (tipo globo de cumple) verde brillante, al que le hace un agujerito por donde asomará m muela. Me apoya la goma verde en la boca abierta, que queda completamente cubierta con este agradable material. “Esto es para que yo descanse la vista”, me dice (ah, es para hacerte las cosas mas fáciles a vos HDP, no a mí. bien.) Un buen rato más de escarbamiento con fondo green. “Bueno, ahora otra plaquita y si está todo bien 5 minutitos más, y ya te tapo y te vas (el cajón vas a tapar). Los rayos X ya me son completamente irrelevantes, obvio). Plaquita lista… y sigue laburando. Bastante más de 5 minutos, evidentemente  la radiografía no había dado un  sobresaliente. Paso 4: Tapa el agujero con un plástico que derrite con la ayuda de un encendedor (antes de ponérmelo en la boca, claro está), así que literalmente me sale humo de la boca y huele a quemado (una experiencia religiosa). “Listo. Viste que no te mentía? (¡) Un conducto como este normalmente se hace en 2 sesiones” (para que te presentes a la segunda sesión te tiene que ir a buscar un grupo comando). Me saca la goma verde. “Le tenés alergia al latex?” (no, a vos). Me alcanza un espejo, tengo “el bozo” bordó. “Estás linda igual” (matáte Omar). Con tal de irme a mi casa no me importaría que me hubiese crecido la barba. Le clavó 2 horitas el Doc al conducto, quien dice 40 dice 120, no? Estoy quemada, exhausta, con un cansancio en la mandíbula que me muero y el efecto de la anestesia que me mantiene ½ cara dormida (y que es 100 veces mejor que el futuro que se asoma “sin anestesia”). Gracias que no me babeo, ya es mucho. Me dice: “Como te portaste tannn bien (bue) te voy a dar algo que ya es un mimo” (tengo miedo). Saca 2 Tafirol Forte de un armario, mientras me explica “Es una dosis de ataque (ataque es el que me va a dar a mí si no me liberás en 30 segundos) . “Tomáte uno ahora, y si en 4 horas ya sentís dolor (cri cri) te tomás el otro. Por protocolo podés tomar analgésicos 48 hs seguidas sin problemas. Así que empastilláte tranquila (genial). Si vas a una guardia te van a decir lo mismo que yo (mi panorama es tan negro que ya me está preanunciando la visita a emergencias). Ni te molestes en ir, medicáte lo que tengas: diclofenac, paracetamol, ibuprofeno…. (cianuro).

Me voy, vuelvo a casa manejando y todo (gracias a la maravillosa anestesia que todo lo cubre, por el momento).  En la radio suena el ochentoso tema de “Fama” (baby look at me, and tell me what you seeee…) “Mi alergia al látex”, pienso, mientras me chequeo los bigotes en el espejo retrovisor.

viernes, 12 de agosto de 2011

Nunca subestimes una práctica de Yoga

Para los que todavía la palabra Yoga les recuerda a su tía Lidia que iba a una profe en el Parque Centenario, les cuento que después de meses de inquietud finalmente me acerqué a una práctica de Bikram. Esta modalidad de yoga bastante joven en Argentina consiste en sobrevivir a 26 ásanas en una sala calefaccionada a 42° grados durante 90 minutos (y no morir en el intento). Aquí nomás la mayoría podría preguntarse por qué razón (ahora me lo pregunto yo también) me inquietaba testear el método previéndose ya tortuoso en su sola descripción, pero el ser humano está lleno de misterios insondables. No pudiendo enrolar a nadie para que se me una en tan tentador plan, decidí entregarme a la Savannah Yóguica solita porque “no me lo quería perder” (los placeres hay que dárselos en vida -¿!-).

Con sólo ingresar al Centro Byba (Léase “Bykram Buenos Aires”, hay suicidas en otras ciudades evidentemente) uno se siente extranjero en su propia tierra, menuda paradoja. En el Byba (es una ironía?) se escucha un cotorreo permanente en inglés, de hecho todo el personal (o casi) es anglosajón. Esta gente trata de hablar español, obvio, pero ya se sabe qué lindo suena éste en boca de los “americanos”, definitivamente no se esmeran con la fonética.

Si lográs entenderle a la recepcionista, el primer paso consiste en llenar (y firmar!, of course) un formulario en el que manifestás ser consciente de que la práctica es extenuante y que la misma puede descompensarte físicamente y llevarte, incluso, a la muerte (posta, dice eso). También tenés que asegurar que tu médico te autoriza a hacer la práctica (ponés que sí, obvio, aunque no te hayas hecho un chequeo en 2 años, qué vas a hacer si ya estás ahí?). Este completísimo documento (muy americano, por cierto, saben cubrirse) también se encarga de aclararte que corrés el riesgo de que te afanen tus pertenencias del vestuario y/o los lockers. Y que bajo ninguna circunstancia Bikram Argentina se responsabiliza ni por tus bienes ni por tu pellejo (imagináte que si te morís ellos no tuvieron nada que ver, qué poco les puede preocupar tu billetera). Ah, y el clásico de rigor “en caso de urgencia comuníquese con……. Tel……..”. Acá la víctima es siempre el marido/concubino/novio, nunca se pone a los padres, menos a mi edad que ya se supone que los tengo que cuidar yo a ellos y que, además, si los llamaran porque me pasó algo los tendrían que ir a atender primero que a mí, no es negocio para nadie.

Hasta acá uno piensa, tal vez para consolarse (o de negador nomás) “bueno, obvio, los tipos se tienen que cubrir, si me tirara en bungee jumping también me harían firmar algo parecido” (y ahí nomás preferís dejar a un lado mentalmente ese ejemplo poco feliz porque te acordás de haber visto algún blooper en el que alguno se le cortaba la cuerda).

Enseguida te sacan de tema porque te cuentan lo que vas a necesitar para participar (además de mucho coraje), a saber: 1) mat de yoga (si no sos del palo léase alfombrita individual de goma sobre la que harás los ásanas), toallón y agua. El alquiler del mat está incluído en el valor de la clase (que copados chicos, no esperaba menos por $65.- mangos). Acá debo hacer la salvedad de que yo no iba preparada (y lo digo en todo sentido, también en cuanto al equipamiento). No llevaba ni el toallón, ni el agua, ni las cosas indispensables para darme una ducha después de la clase (mencioné los 42° no?), ni nada. Como lo del toallón lo advertí antes de llegar, previsora (creí) pasé por un súper y me compré una toalla… que luego no me dejaron usar. “No se permite el ingreso de toallas a la sala, sólo toallones” (sic). Pero ellos te solucionan todo, tenés esa suerte, al toallón te lo alquilan, y el agua te la venden. Por sólo $10.- adicionales ($75.- en un blink) ya tenía todo lo que necesitaba (menos la lucidez de salir corriendo).

Ahora sí, por lo que vinimos. “Ya podés pasar a la sala”. Ingreso. Heavy. Mucho calor suena pavo, pero es lo que es. La sala es grande, enorme. Unos 15 metros de largo x 9,5 de ancho -140 metros cuadrados- y el techo completito cubierto de calefactores tipo placas. El frente de la sala, hacia donde miramos los asistentes a la práctica, es completamente espejado (cri cri). La gente espera el comienzo de la práctica adaptándose a la temperatura (es eso posible?) en savásana (pronúnciese “yavásana”, y es fácil de memorizar porque uno se piensa a sí mismo diciendo “sí, ya va, ya voy”). Entra el instructor, y ratifico la sensación de estar en USA. Se debe haber presentado, sin embargo no recuerdo su nombre (el calor?). A partir de ahora le diré John de todas formas, necesito bautizarlo para citarlo 20 veces más adelante). Directo desde los estados unidos de Norteamérica, alto, completamente en forma, bronceado natural, alrededor de 45 años, espléndido, buen aura, ja.  Se ubica en una tarima (típica de instructor de GYM) mientras que nos explica que su español es muy malo (lo notamos) y que es normal que no le entendamos (ahá). Los que sí le van a entender perfecto son todos los practicantes angloparlantes (que son muchos). La clase la dicta mitad en español / mitad en inglés… y no hay silencios ni música (poco yóguico a mi modesto entender). Es sólo su voz tooodo el tiempo (que es mucho, mucho –el tiempo digo-), insistente, indicando cómo armar las posturas y marcando incansablemente que te esfuerces más, más, más… difícil de transcribir, pero lo intento, es algo sí como… “Te paras derecho (de tú, eh? castellano neutro), separas tus pies 15 cm. -aquí un alumno se excede en la separación y John le indica “esos son 30 cm.” (ups). Levantas tus brazos. Te inclinas a la derecha mientras tus caderas empujan hacia la izquierda. Tu cuerpo es una medialuna (¿). Igual no pensás en comida, te juro. Estírate, empuja, empuja. Aguanta, aguanta, aguanta. Muy bien, muy bien.” Y a continuación the same in english (uff!).

El “aguanta” no puede ser más atinado (aunque vaya contra cualquier doctrina de este tipo, pero bueno, no nos vamos a poner dogmáticos con este calor…). Como para darles una idea de lo alienante del discurso aclaro que los 26 ásanas se repiten 2 veces c/u, con lo que estamos hablando de 52 “motivation spechees”. John se comporta como un coach de fútbol (sí, americano) motivando a sus muchachos a que ganen el match (que aquí equivaldría a llegar al final de la práctica estoico (dudo con el término y lo chequeo en el diccionario “Fuerte, sereno ante la desgracia”, Perfecto!).

Nada más con el pranayama inicial (léase ejercicio respiratorio) me queda el cuello resentido –demasiadas repeticiones!-. A continuación una serie ambiciosa de ásanas musculares de pie. Me late la cabeza, literalmente. Me preocupo por mi salud, pero sigo. Flasheo que se me hincharon las venas de la frente, chequeo acercándome al espejo, no, no, falsa alarma. Luzco bastante normal si no consideramos lo roja y transpirada que estoy, fuera de peligro por el momento. Voy intercalando los ásanas con períodos de descanso cuando no puedo más –casi todo el tiempo- hasta que John aclara (a todos, no soy la única humana) “ud. está en ásana o está en savásana, ninguna otra opción” (se opone que des lástima en posiciones estrambóticas, la tenés que llevar con dignidad).

Terminada la serie de ásanas John indica savásana para todos y abre la puerta de la sala. Me como el amague de que terminó la tortura, pero no, parece que su intención es ventilar la sala un toque, que se yo… Como diría Sueyro “esto recién empieza”, estamos a mitad de la práctica, con suerte-. Cierra la puerta.

Seguimos con una serie de ásanas de piso, esta parte es bastante más tranqui. Cuando John anuncia que en esta fase intercalaremos cada ásana con savásana siento una especie de satisfacción interna, que se evapora rápidamente cuando me doy cuenta que sentarme-acostarme-levantarme-arrodillarme-acostarme-levantarme-ponerme en loto-acostarme es bastante más cansador que sentarme-arrodillarme-ponerme en loto, pero bue. Valga la aclaración que se espera que te levantes del savásana con fuerza abdominal, con lo que te engañan regalándote falsos savásanas x doquier cuando en realidad te compraste una serie infernal de abdominales.

Acercándose al final de la práctica John indica un nuevo pranayama, y marca el ritmo golpeando las manos (¿¡). Tan quemada estoy que lo miro y le sonrío con cara de “gracias” –thanks para él-, pensando que nos está aplaudiendo porque la práctica terminó y somos unos genios que seguimos ahí… pero no. John está marcando el timing de la exhalación, lo noto porque todos siguen en sus posturas exhalando intermitentemente, y nadie sonríe y respira normalmente como yo con cara de “ya me voy para casa”.

Igual le pegué en el poste, era el último ejercicio, ahora sí, savásana y… final! John aclara “el más importante de los ásanas” (avisaras y hacíamos este nomás). El 90% de la sala continúa acostado, pero me levanto siguiendo a 2 ó 3 porque en casa me esperan mi marido y mi hija y es tardísimo. Sorbo el agua restante –que ya alcanzó la temperatura de la sala- y salgo.

Me doy cuenta que la ducha a posteriori no es una opción, es imprescindible y pienso en un sobrecito de shampoo como un bien preciado. En un rapto de lucidez se me ocurre poner jabón liquido del sector lavatorios en mi botellita de agua vacía, y ya con ese hallazgo soy feliz (es increíble como una experiencia border te hace valorar las pequeñas cosas de la vida). Voy directo al vestuario (primer piso) y subir la escalera se convierte es un desafío. Llego tarde (LPM!), las únicas 3 duchas que hay ya están ocupadas (no estaban todos tirados en la sala todavía?). No importa, me pongo en la fila, mientras me voy sacando la ropa. Estoy exhausta, me apoyo en la pared rendida, las otras chicas que hacen la cola para bañarse lucen más vitales (en fin). Mi turno! Entro. Al pedo la botellita, tenían dispenser de jabón en cada ducha (bien ahí la inversión chicos). Tengo la ropa de la práctica empapada (no importa, no la necesito) y la ropa interior, bastante húmeda (sí la necesito, cerebro tampoco llevó ropa interior de repuesto). Cuelgo todo de la mampara que separa las duchas y… se me cae la bombacha al agua!. Húmeda no estaba buena, chorreando ya no es una opción. Estoy tan contenta de estar bañada y viva que no tener underwear me parece una boludez absoluta.

Me visto (con lo que hay seco) y bajo, me cruzo con John (ups!), que me mira y me dice “Primera vez, verdad?” le sonrío y contesto ”Sí” (mientras pienso “Y última”). Me sugiere “Si mañana duele, vuelva. Nuestro maestro (el de ellos) sugiere practicar 6 veces por semana los primeros 2 meses” (ah, ok).

Si te gusta el turismo aventura, tenés que probarlo. Se me ocurre trazar un paralelo con la escalada del Aconcagua (sin ánimo de exagerar). Te banco a full la satisfacción de alcanzar la cima, pero no me jodas con que disfrutaste el ascenso.

Namasté.