Ayer viví una experiencia… movilizadora.
Llevé a mi hija a su clase de danza/expresión corporal, y me
topé con el suceso que paso a relatar. Cuando llegamos al espacio había una
pequeña llorando desconsoladamente vaya uno a saber porqué. Hasta aquí nada
fuera de lo normal. Los chicos lloran, un berrinche. Que-se-yo. Cosa de todos
los días.
Describo el espacio físicamente para que se entienda bien:
Casa tipo PH, sala de práctica a la calle con gran ventanal, y una especie de
cantero afuera (sin plantas) donde los padres, si deciden quedarse durante la
clase, pueden observar a sus pequeñas en la actividad. Cuando entrás lo primero
con lo que te encontrás es un escritorio de recepción (que mira de frente a la
sala) y a continuación pasillo -típico de casa chorizo- con unas mesitas por si
los padres deciden esperar adentro (sobre todo en invierno). Estas mesitas
también miran a la sala que tiene puertas de casa antigua vidriadas.
Listo. Volvemos al principio. Llegamos con mi hija, la
acompaño hasta adentro de la sala, saludo a la profesora, veo (y escucho) a
esta criaturita a los gritos, y oigo a la profe (a partir de ahora “Paloma”,
sí, es de ficción, sí, es por Herrera) preguntarle a la gritona: “Vas a bailar
Menganita? (en este caso no registré el nombre. me cuesta retener los nombres
comunes. si se hubiese llamado Indiana seguro me acordaría). Menganita afirma
con la cabeza. “Bueno, entonces elegí alguno de los 2 tutús (pollerita de danza
vaporosa, aclaro) y sentáte acá” (la madre le llevó opciones de vestuario, todo
un dato). Me voy para afuera, pal cantero. Agarro mi cuadernito de tareas, me
dispongo a anotar un par de cosas en la agenda para aprovechar esta horita libre
y… sigue el llanto. Alaridos. Levanto la vista, miro la escena a través del
ventanal. La madre la saca de la sala a la chiquita, pero no de la casa, la
lleva al pasillo! Yo estoy afuera, la puerta está cerrada, hay un vidrio de por
medio… y los gritos son ensordecedores. A pesar de estar fuera de la sala,
el llanto de la nena anula completamente cualquier otro sonido, llámese la voz
de Paloma, las voces de las otras nenas, la música. Claro! Cierto! La música! Es
una clase de baile, la idea es bailar! Pero no che. No va a ser esta vez
parece. Todas las nenas -tomadas por la angustia de esta otra- no pueden
conectar con la profesora, ni con la actividad, ni con la música, ni con nada. No
siendo esto suficiente, a la madre se le ocurre meter a la nena nuevamente en
la sala, porque supuestamente ésta afirma que “quiere participar”(listo). Pero
el llanto y los gritos no cesan. La nena le pide a la mamá que se quede con
ella en la sala (si se va a callar por mí que invite a toda la flia, abuelos
incluídos). Se sienta en la ronda- la nena solamente- pero sigue llorando, mal.
La madre sale (¿!), viene afuera y se sienta al lado mío (mala decisión). La
criaturita sigue llorando. Paloma, con cara de desencajada, no tiene idea de
cómo manejar la situación (la docencia!). Unas 5 veces la escucho preguntarle a
la nena: Querés bailar menganita o te querés ir con tu mamá? La nena contesta a
todo que sí (¿). La madre habla por telefono (¡) El resto de las nenas miran,
alternativamente, a la llorona y a la profe. La música no se escucha. A Paloma
no se la escucha. Pasan 5 minutos, 10 minutos, 15 minutos... Giro y miro el auto,
lo estacioné en la esquina, y me dejé las luces prendidas. Mi diálogo interno
con la madre de la criatura es algo así: “Bien flaca, te doy 2 minutos más
mientras que voy, las apago y regreso para que hagas algo. Si vuelvo al cantero
y esto sigue igual, como no te ubicás solita, te ubico yo”. Vuelvo. Same
situation (of course!). Pasaron 20 minutos desde el comienzo (¿) de la clase. No
sé si hace falta que lo aclare, pero lo hago: mi problema no es con la
criatura, es con-la-madre. Los chicos lloran, les pasan cosas, todo bien. El
tema es que hay un mundo que te rodea y que quiere seguir girando. Y tus
derechos terminan donde empiezan los de los demás. Miro a la Sra. (que sigue sentada al
lado mío, inmutable) y le digo:”Escucháme: ¿no vas a sacar a la nena de la
sala?”. Me responde: “Ah, no! Vos sos una desubicada!” (yo. ok? yo soy la de-su-bi-ca-da).
Pero no termina ahí, sigue: “Si fuese tu hija la que estuviese llorando yo no
diría nada!”. Yo: “No tendrías oportunidad porque nunca dejaría a mi hija 20
minutos llorando adentro de una sala donde se está tratando –infructuosamente-
de desarrollar una actividad y me cagaría en todo el resto!” (si no es por cortesía,
por vergüenza no la dejaría, sentimiento que claramente esta Sra. no conoce).
Me explica que la hija “viene a este espacio hace un año” (¿). Parece que por
vitalicia tiene derecho a anular una clase, que se yo. Y que “es la primera vez
que le pasa” (y sí flaca, me imagino que todas las clases no sucede, sino ya se
hubiesen quedado sin alumnos). “Lo que pasa es que tiene sueño”, me explica. (bien
querida, bien, por lo menos sí registrás lo que le pasa a tu hija. podría ser
más grave). Yo: “Entonces llevátela a dormir, por qué insitís con que se quede
si tiene sueño?” (¿te tomaste la molestia de traerla hasta acá y decidiste que
se queda a cualquier precio? ¿qué onda?). Ella: “Hasta que la profesora no me
diga que la saque, yo no la pienso sacar” (otra flor de boluda paloma, ni me la
nombres). Parece que claramente a esta Sra le tienen que decir qué hacer. La
profesora, yo, x. La Sra.
no puede observar una situación y decidir con un criterio propio qué hacer. Sigue:
“Y vos no me vas a decir cómo educar a mi hija” (el problema de educación lo
tenés vos querida, no la criaturita). Y el colmo: “Si te molesta lleváte vos a tu
hija” me dice. (a los botes). Yo: “A mí no me molesta tu hija. A mí me molesta
tu falta de cuidado total por el lugar, la profesora, y el resto de las nenas. Y
no sólo no me voy a llevar a mi hija, sino que voy a entrar para preguntar por
qué nadie del espacio le puso un coto a esta situación todavía”. Entro. Me dirijo
a la chica de la recepción (no cuenta mas de 18 años y es la virgen maría, por
lo modosita, no sé si por lo virgen): “Decíme, ¿van a tolerar esto mucho más?
Digo, me parece que ya está, no?”.
Detecto que hay otras dos madres en el pasillito cuchicheando (el invernal). Se
suman a las quejas. Una dice: “Esto no es un jardín de infantes con una nena en
adaptación, Esto es una actividad electiva paga, en un lugar privado, de 1 hora,
1 vez por semana”. (bien, gracias che. pero se ve que no quedó otra que ubicar
yo a esta mujer. estas dos boludas se quejaban entre ellas –el argentinazo!- en
vez de poner la queja en donde corresponde –gran frase de mi mama-). Finalmente
la madre de la criatura entra como una tromba a la sala. A los gritos se dirige
a Paloma y le dice “Me la llevo porque a esta loca (sí, yo, hola) le molesta!”
Sale con la nena en brazos (que sigue llorando, obvio, y lanza un alarido al ser
retirada de la sala). Vuelve la paz. Empieza la clase, la media clase mejor
dicho. Todos contentos. Mientras escribo esta crónica mi hija está viendo los
dibujitos y me pregunta (créase o no), a raíz de un diálogo que escucha en la
tele y no comprende: “¿Qué es “ser considerado” mamá?”