viernes, 12 de agosto de 2011

Nunca subestimes una práctica de Yoga

Para los que todavía la palabra Yoga les recuerda a su tía Lidia que iba a una profe en el Parque Centenario, les cuento que después de meses de inquietud finalmente me acerqué a una práctica de Bikram. Esta modalidad de yoga bastante joven en Argentina consiste en sobrevivir a 26 ásanas en una sala calefaccionada a 42° grados durante 90 minutos (y no morir en el intento). Aquí nomás la mayoría podría preguntarse por qué razón (ahora me lo pregunto yo también) me inquietaba testear el método previéndose ya tortuoso en su sola descripción, pero el ser humano está lleno de misterios insondables. No pudiendo enrolar a nadie para que se me una en tan tentador plan, decidí entregarme a la Savannah Yóguica solita porque “no me lo quería perder” (los placeres hay que dárselos en vida -¿!-).

Con sólo ingresar al Centro Byba (Léase “Bykram Buenos Aires”, hay suicidas en otras ciudades evidentemente) uno se siente extranjero en su propia tierra, menuda paradoja. En el Byba (es una ironía?) se escucha un cotorreo permanente en inglés, de hecho todo el personal (o casi) es anglosajón. Esta gente trata de hablar español, obvio, pero ya se sabe qué lindo suena éste en boca de los “americanos”, definitivamente no se esmeran con la fonética.

Si lográs entenderle a la recepcionista, el primer paso consiste en llenar (y firmar!, of course) un formulario en el que manifestás ser consciente de que la práctica es extenuante y que la misma puede descompensarte físicamente y llevarte, incluso, a la muerte (posta, dice eso). También tenés que asegurar que tu médico te autoriza a hacer la práctica (ponés que sí, obvio, aunque no te hayas hecho un chequeo en 2 años, qué vas a hacer si ya estás ahí?). Este completísimo documento (muy americano, por cierto, saben cubrirse) también se encarga de aclararte que corrés el riesgo de que te afanen tus pertenencias del vestuario y/o los lockers. Y que bajo ninguna circunstancia Bikram Argentina se responsabiliza ni por tus bienes ni por tu pellejo (imagináte que si te morís ellos no tuvieron nada que ver, qué poco les puede preocupar tu billetera). Ah, y el clásico de rigor “en caso de urgencia comuníquese con……. Tel……..”. Acá la víctima es siempre el marido/concubino/novio, nunca se pone a los padres, menos a mi edad que ya se supone que los tengo que cuidar yo a ellos y que, además, si los llamaran porque me pasó algo los tendrían que ir a atender primero que a mí, no es negocio para nadie.

Hasta acá uno piensa, tal vez para consolarse (o de negador nomás) “bueno, obvio, los tipos se tienen que cubrir, si me tirara en bungee jumping también me harían firmar algo parecido” (y ahí nomás preferís dejar a un lado mentalmente ese ejemplo poco feliz porque te acordás de haber visto algún blooper en el que alguno se le cortaba la cuerda).

Enseguida te sacan de tema porque te cuentan lo que vas a necesitar para participar (además de mucho coraje), a saber: 1) mat de yoga (si no sos del palo léase alfombrita individual de goma sobre la que harás los ásanas), toallón y agua. El alquiler del mat está incluído en el valor de la clase (que copados chicos, no esperaba menos por $65.- mangos). Acá debo hacer la salvedad de que yo no iba preparada (y lo digo en todo sentido, también en cuanto al equipamiento). No llevaba ni el toallón, ni el agua, ni las cosas indispensables para darme una ducha después de la clase (mencioné los 42° no?), ni nada. Como lo del toallón lo advertí antes de llegar, previsora (creí) pasé por un súper y me compré una toalla… que luego no me dejaron usar. “No se permite el ingreso de toallas a la sala, sólo toallones” (sic). Pero ellos te solucionan todo, tenés esa suerte, al toallón te lo alquilan, y el agua te la venden. Por sólo $10.- adicionales ($75.- en un blink) ya tenía todo lo que necesitaba (menos la lucidez de salir corriendo).

Ahora sí, por lo que vinimos. “Ya podés pasar a la sala”. Ingreso. Heavy. Mucho calor suena pavo, pero es lo que es. La sala es grande, enorme. Unos 15 metros de largo x 9,5 de ancho -140 metros cuadrados- y el techo completito cubierto de calefactores tipo placas. El frente de la sala, hacia donde miramos los asistentes a la práctica, es completamente espejado (cri cri). La gente espera el comienzo de la práctica adaptándose a la temperatura (es eso posible?) en savásana (pronúnciese “yavásana”, y es fácil de memorizar porque uno se piensa a sí mismo diciendo “sí, ya va, ya voy”). Entra el instructor, y ratifico la sensación de estar en USA. Se debe haber presentado, sin embargo no recuerdo su nombre (el calor?). A partir de ahora le diré John de todas formas, necesito bautizarlo para citarlo 20 veces más adelante). Directo desde los estados unidos de Norteamérica, alto, completamente en forma, bronceado natural, alrededor de 45 años, espléndido, buen aura, ja.  Se ubica en una tarima (típica de instructor de GYM) mientras que nos explica que su español es muy malo (lo notamos) y que es normal que no le entendamos (ahá). Los que sí le van a entender perfecto son todos los practicantes angloparlantes (que son muchos). La clase la dicta mitad en español / mitad en inglés… y no hay silencios ni música (poco yóguico a mi modesto entender). Es sólo su voz tooodo el tiempo (que es mucho, mucho –el tiempo digo-), insistente, indicando cómo armar las posturas y marcando incansablemente que te esfuerces más, más, más… difícil de transcribir, pero lo intento, es algo sí como… “Te paras derecho (de tú, eh? castellano neutro), separas tus pies 15 cm. -aquí un alumno se excede en la separación y John le indica “esos son 30 cm.” (ups). Levantas tus brazos. Te inclinas a la derecha mientras tus caderas empujan hacia la izquierda. Tu cuerpo es una medialuna (¿). Igual no pensás en comida, te juro. Estírate, empuja, empuja. Aguanta, aguanta, aguanta. Muy bien, muy bien.” Y a continuación the same in english (uff!).

El “aguanta” no puede ser más atinado (aunque vaya contra cualquier doctrina de este tipo, pero bueno, no nos vamos a poner dogmáticos con este calor…). Como para darles una idea de lo alienante del discurso aclaro que los 26 ásanas se repiten 2 veces c/u, con lo que estamos hablando de 52 “motivation spechees”. John se comporta como un coach de fútbol (sí, americano) motivando a sus muchachos a que ganen el match (que aquí equivaldría a llegar al final de la práctica estoico (dudo con el término y lo chequeo en el diccionario “Fuerte, sereno ante la desgracia”, Perfecto!).

Nada más con el pranayama inicial (léase ejercicio respiratorio) me queda el cuello resentido –demasiadas repeticiones!-. A continuación una serie ambiciosa de ásanas musculares de pie. Me late la cabeza, literalmente. Me preocupo por mi salud, pero sigo. Flasheo que se me hincharon las venas de la frente, chequeo acercándome al espejo, no, no, falsa alarma. Luzco bastante normal si no consideramos lo roja y transpirada que estoy, fuera de peligro por el momento. Voy intercalando los ásanas con períodos de descanso cuando no puedo más –casi todo el tiempo- hasta que John aclara (a todos, no soy la única humana) “ud. está en ásana o está en savásana, ninguna otra opción” (se opone que des lástima en posiciones estrambóticas, la tenés que llevar con dignidad).

Terminada la serie de ásanas John indica savásana para todos y abre la puerta de la sala. Me como el amague de que terminó la tortura, pero no, parece que su intención es ventilar la sala un toque, que se yo… Como diría Sueyro “esto recién empieza”, estamos a mitad de la práctica, con suerte-. Cierra la puerta.

Seguimos con una serie de ásanas de piso, esta parte es bastante más tranqui. Cuando John anuncia que en esta fase intercalaremos cada ásana con savásana siento una especie de satisfacción interna, que se evapora rápidamente cuando me doy cuenta que sentarme-acostarme-levantarme-arrodillarme-acostarme-levantarme-ponerme en loto-acostarme es bastante más cansador que sentarme-arrodillarme-ponerme en loto, pero bue. Valga la aclaración que se espera que te levantes del savásana con fuerza abdominal, con lo que te engañan regalándote falsos savásanas x doquier cuando en realidad te compraste una serie infernal de abdominales.

Acercándose al final de la práctica John indica un nuevo pranayama, y marca el ritmo golpeando las manos (¿¡). Tan quemada estoy que lo miro y le sonrío con cara de “gracias” –thanks para él-, pensando que nos está aplaudiendo porque la práctica terminó y somos unos genios que seguimos ahí… pero no. John está marcando el timing de la exhalación, lo noto porque todos siguen en sus posturas exhalando intermitentemente, y nadie sonríe y respira normalmente como yo con cara de “ya me voy para casa”.

Igual le pegué en el poste, era el último ejercicio, ahora sí, savásana y… final! John aclara “el más importante de los ásanas” (avisaras y hacíamos este nomás). El 90% de la sala continúa acostado, pero me levanto siguiendo a 2 ó 3 porque en casa me esperan mi marido y mi hija y es tardísimo. Sorbo el agua restante –que ya alcanzó la temperatura de la sala- y salgo.

Me doy cuenta que la ducha a posteriori no es una opción, es imprescindible y pienso en un sobrecito de shampoo como un bien preciado. En un rapto de lucidez se me ocurre poner jabón liquido del sector lavatorios en mi botellita de agua vacía, y ya con ese hallazgo soy feliz (es increíble como una experiencia border te hace valorar las pequeñas cosas de la vida). Voy directo al vestuario (primer piso) y subir la escalera se convierte es un desafío. Llego tarde (LPM!), las únicas 3 duchas que hay ya están ocupadas (no estaban todos tirados en la sala todavía?). No importa, me pongo en la fila, mientras me voy sacando la ropa. Estoy exhausta, me apoyo en la pared rendida, las otras chicas que hacen la cola para bañarse lucen más vitales (en fin). Mi turno! Entro. Al pedo la botellita, tenían dispenser de jabón en cada ducha (bien ahí la inversión chicos). Tengo la ropa de la práctica empapada (no importa, no la necesito) y la ropa interior, bastante húmeda (sí la necesito, cerebro tampoco llevó ropa interior de repuesto). Cuelgo todo de la mampara que separa las duchas y… se me cae la bombacha al agua!. Húmeda no estaba buena, chorreando ya no es una opción. Estoy tan contenta de estar bañada y viva que no tener underwear me parece una boludez absoluta.

Me visto (con lo que hay seco) y bajo, me cruzo con John (ups!), que me mira y me dice “Primera vez, verdad?” le sonrío y contesto ”Sí” (mientras pienso “Y última”). Me sugiere “Si mañana duele, vuelva. Nuestro maestro (el de ellos) sugiere practicar 6 veces por semana los primeros 2 meses” (ah, ok).

Si te gusta el turismo aventura, tenés que probarlo. Se me ocurre trazar un paralelo con la escalada del Aconcagua (sin ánimo de exagerar). Te banco a full la satisfacción de alcanzar la cima, pero no me jodas con que disfrutaste el ascenso.

Namasté.

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