Noche
de Viernes. Cena familiar en parrilla del barrio. En cuanto llegamos, y la
apoyan, atacamos la panera (un clásico, no?). En las casas ya no se compra pan
francés, vió? Al menos en la mía. En una de esas, masticando, siento un crich crich. Un objeto pedregoso en la
miga del pan. Muy fino todo, me saco el objeto en cuestión de la boca. La cosita,
blanquecina, se parece mucho a… un pedazo de diente. Chan. Me rompí una muela,
o el arreglo de la muela, porque a esta altura casi todas tienen chapa y
pintura. Me toco. Siento un vértice afiladísimo que luego, a lo largo de la
cena, insisto en rozarme con la punta de la lengua mientras agendo mentalmente el
llamado a la dentista para el lunes.
Qué
lindo che, ya se va armando la semana!
Como soy muy suertuda, consigo de toque, pal martes
nomás. Ahí me encuentro con “aros” nuevamente, tanto tiempo amiga. Esta vez
lleva uno de strasses (¿) blancos y azules, mucho más discretos que los del
debut. Muy amigable todo, ya nos conocemos con María (sí, como la virgen, así
se llama), así que todo muy relajado. Ponele. “Qué te trae por acá?” (ya un clásico
a esta altura). Le cuento el episodio de la parrillita, me acomoda el
silloncito, todo un primor. Casualmente ese día amanezco con un dolor de cuello
infernal, que me dificulta bastante la movilidad. El miedo no es zonzo (sí, es
con Z, lo busqué). Le señalo con el índice la muelita en cuestión, me la mira y
con tono afligido (¡) me bate: “Uh, sí, se te rompió (la pieza en cuestión, no
el arreglo, que sigue ahí espléndido). Qué Lástima!” (¿) Bue. Y sí che. Qué
pecado María. Ella: “Bueno bichi (posta, “bichi” me nicknamea), acá vas a una
coronita seguro”…
Antes de proseguir, me explica que necesitamos saber si
la muelita en cuestión ya tiene hecho el tratamiento de conducto. Yo ya tengo 2
ó 3 conductos en mi haber, así que bien podía ser uno de los mismos. Fueron
pasando los años, claramente no sé cuáles son, en qué piezas eran, son
invisibles los conductos! Como al pasar le digo -porque pienso que las chances
son bajas de que sea justo ésa-: “en la que seguro tengo conducto es en
la 26” (se acuerdan de Omar, no?). El que acá esté perdido y no le suene el numerito,
remítase a la crónica “La 26” y lo comprenderá todo. Luego ya puede retomar. Inesperadamente
María sentencia: “Esta que se te rompió ES la 26”. La Ola. (te pasa que
a veces que te divertís solito?). Yo, seria: “Entonces tiene conducto”.
Va a la compu, mira la historia clínica. Ella: “Estás segura??? Mirá que no me
figura conducto en esa pieza”. Yo: “Segurísima María”. La mina se preguntaría
por qué un paciente va a recordar un conducto por el número de la pieza, no
debe ser muy usual. Siempre y cuando no te haya atendido Omar, y no hayas
escrito una crónica al respecto, y te hayas reído durante meses de eso. Pero no
lo podía blanquear chicos. Ella también aparece en las crónicas, y es víctima
de críticas despiadadas. Descartado.
Ella: “Vamos a hacer una plaquita así chequeamos, porque
acá no me figura”. (Y dale con que no te figura. LPM María, qué ironía). “Plaquita”…
tienen una licenciatura en diminutivos los odontólogos. En fin, ahí vamos.
Rayitos. Revelado. Ella: “Uh, se movió. Salió mal. Vamos a tener que sacarla de
nuevo”. Les recuerdo: Imposible remitirme al blog. Me fumo los rayos again con
cara de póquer. Qué apostolado. Ahora sí. Ella: “Tenías razón! Tiene conducto!”.
Y sí flaca! Pocas veces tuve tanta certeza de algo.
Con
el cuadro completo, insiste con la coronita. Con una educación
de la que mi madre estaría orgullosa, le explico que no, que no voy a una “coronita”
ni en pedo, por lo que sale (luquita y ½, que no condice con el puto
diminutivo) y, sobre todo, porque carezco de la disposición energética para
fumarme 5 (cinco!) sesiones para el pernito, el moldecito, la pruebita y la mar
en coche. Ni lo sueñes María. Me quedo con esa daga en la boca. Felizmente, a 72
hs de la fractura, ya está más limadita e incorporada a mi anatomía bucal. Ni
la siento mirá. Aros me ve firme, así que planillita en mano –donde tiene el
tarifario de torturas-, pela Plan B: “La Estética”. Y vaya coincidencia, cuesta
casi como hacerse las gomas. Más que la coronita inclusive, pero con la
tentadora ventaja de resolverse en… 1 sesión. Y clin caja. 2 luquitas. Queloparió.
Estoica, me niego a la segunda propuesta (me hago la Mérida porque la pieza no
se ve cuando sonrío, está claro, si fuese una paleta vendo el auto con tal de
no mostrarte un agujero). Yo: “No María. En serio. Me quedo así. Vamos viendo” (expresión típica heredada
de mi madre cuando no tiene interés en avanzar con algo. La utiliza como una
salida elegante). Parece que la ética y deontología profesional no le permite
dejarme ir así como así, agujereada, por lo que, meta revisar las planillitas, de
atrás pa delante, de adelante pa atrás “Oh” aparece una solución mágica… y
gratis. Ella: “Ya sé! Te puedo hacer una “incrustación” (acá no usa el diminutivo
porque ya sería caer en un ridículo del que no vuelve), te cuesta sólo $468.- y
te la cubre tu plan!” (aclaro que pago un palo verde de obra social, y de ese
color estaba yo a esa altura de la indignación).
Asi que acá estamos che, con turno para el martes
próximo para el arreglo gratarola de la 26 (sí, además, liquido el temita en una sola sesión).
Haciendo
balance… qué paradoja. Cuando
no estoy dispuesta a negociar, me sale el mejor negocio.
A tu salud Omar.
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